Su belleza, que entonces le llamó la atención, no la hacía más joven de lo que correspondía a su edad; podría decir más bien que su edad hacía que su belleza fuera aún más elocuente.
La frase de Chantal le daba vueltas en la cabeza y él imaginó la historia de su cuerpo: anduvo perdido entre millones de otros cuerpos hasta el día en que una mirada de deseo se detuvo sobre él y lo rescató de la nebulosa multitud; más adelante, las miradas se multiplicaron y abrasaron aquel cuerpo que desde entonces atraviesa el mundo como una antorcha; son tiempos de luminosa gloria, pero pronto las miradas empieza a escasear, la luz a apagarse poco a poco hasta el día en que aquel cuerpo, traslúcido, luego transparente, luego invisible, pasee por las calles como una pequeña nada ambulante. En el trayecto que conduce del primero al segundo estado de invisibilidad, la frase "los hombres ya no se vuelven para mirarme" es la luz roja que indica el comienzo de la progresiva extinción del cuerpo.
Por mucho que él le dijera que la quiere y la encuentra guapa, su mirada de enamorado no le serviría de consuelo. Porque la mirada de amor es la mirada del aislamiento. Jean-Marc pensaba en la amorosa soledad de dos viejos seres que han pasado a ser invisibles para los demás: triste soledad que anuncia la muerte. No, lo que ella necesita no es la mirada del amor, sino un aluvión de miradas indiscriminadas, desconocidas, groseras, concupiscientes, que se detengan fatal e inevitablemente sobre ella sin simpatía, sin ternura ni cortesía.
Esas miradas la mantienen en la sociedad de los humanos. La mirada del amor la arrebata de ella.
Milán Kundera
La identidad
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