jueves, 10 de noviembre de 2011

Las palabras de Muley Aben Hacén · Washington Irving

En el año 1478, un cortesano español, luciendo una magnífica armadura  y con arrogante porte, llegó a las puertas de Granada como embajador de los Reyes Católicos solicitando el pago de los tributos atrasados. Llamábase Don Juan de Vera y era un celoso y devoto caballero, lleno de ardor por su fe y de lealtad a su corona. Iba gallardamente montado, armado de pie a cabeza y seguido por una moderada, pero bien provista comitiva.
Los moros observaron celosamente a esta exígua y orgullosa formación al desfilar por la famosa puerta de Elvira, con aquella dignidad propia de los caballeros españoles. Quedaron especialmente impresionados con el sereno y altivo semblante de Don Juan de Vera y su recia armadura, que lo presentaba como hombre avezado a temerarios hechos de armas. Creyeron pues, que venía en busca de laureles y a desafiarlos a combatir en algún torneo abierta o en las famosas justas con cañas que tanto prestigio les habían dado, por que es preciso advertir que todavía era costumbre que los caballeros de las dos naciones se reuniesen en esas corteses e hidalgas competencias en los intervalos de la guerra. Sin embargo, cuando se enteraron de que había llegado con el propósito de reclamar el tributo tan aborrecido por su vehemente monarca, pensaron que bien se requería un guerrero de tanto valor, como él aparentaba, para ser portador de semejante embajada.
Muley Aben Hacén recibió, no obstante, a ese cumplido caballero con gran pompa, sentado en un magnifico dibán y rodeado por los dignatarios de su Corte en el Salón de Embajadores, el más suntuoso aposento de la Alhambra. Terminado que hubo Don juan de trasmitirlo su mensaje, una arrogante y mordaz sonrisa frunció el labio del impetuoso monarca.

<<Decid a vuestros soberanos -exclamó- que los reyes de Granada que pagaban tributo a la Corona de Castilla, murieron. Nuestra casa de moneda ahora no se ocupa de su acuñación, pues, en su lugar fabrica hojas de cimitarras y puntas de lanzas.>>

Crónica de la conquista de Granada.
Washintong Irving

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