sábado, 20 de julio de 2013

La insoportable y agónica levedad del ser

Durante todo el camino ninguno de los dos habló.
Regresaron a casa y cenaron en silencio.
El silencio yacía entre ellos como una desgracia. Era cada minuto más pesado. Para librarse de él fueron pronto a dormir. Por la noche la despertó, ella lloraba en sueños.
Le contó: «Estaba enterrada. Hace ya tiempo. Venías a verme todas las semanas. Siempre golpeabas con los nudillos en la tumba y yo salía. Tenía los ojos llenos de tierra.
»Decías: ‘Así no puedes ver’ y me quitabas la tierra de los ojos.
»Y yo te decía: ‘De todos modos no veo. Si tengo agujeros en vez de ojos’.
»Y un día te fuiste y no volviste durante mucho tiempo y yo sabía que estabas con otra mujer. Pasaban las semanas y tú no volvías. Tenía miedo de no verte y por eso no dormía nunca. Por fin volviste a llamar a la tumba, pero yo estaba tan cansada después de un mes sin dormir que no tenía fuerzas para salir a la superficie. Cuando lo conseguí, tú me miraste decepcionado. Me dijiste que tenía muy mal aspecto. Sentí que te desagradaba terriblemente, que tenía la cara hundida y hacía unos gestos muy bruscos.
»Te pedí disculpas: ‘No te enfades, no he dormido en todo el tiempo’.
»Y tú dijiste con voz falsa, tranquilizadora: ‘Ya ves. Tienes que descansar. Deberías tomarte un mes de vacaciones’.
»Y yo sabía perfectamente qué querías decir con lo de las vacaciones. Sabía que no querías verme en todo el mes porque estarías con otra mujer. Te fuiste y yo bajé a la tumba y sabía que pasaría otro mes sin dormir para estar despierta cuando vinieses y que, cuando llegases al cabo de un mes, estaría aún más fea que hoy y que tu estarías aún más decepcionado.»
No había oído nunca un relato más torturado que aquél. Apretó a Teresa contra su pecho, sintió su cuerpo que temblaba y le pareció que era incapaz de soportar su amor.

La tierra puede estremecerse por las explosiones de las bombas, la patria puede ser expoliada cada día por un invasor distinto, todos los habitantes de la calle contigua pueden ser conducidos ante el pelotón de ejecución, todo eso lo soportaría con mucha mayor facilidad de lo que estaría dispuesto a reconocer. Pero era incapaz de soportar la tristeza de un solo sueño de Teresa.


Regresó al interior del sueño del que ella le había hablado. Se imaginaba que le acariciaba la cara y, disimuladamente, para que no se diese cuenta, le quitaba la tierra de las órbitas de los ojos. Después oyó que le decía aquella frase increíblemente torturada: «De todos modos no veo. En vez de ojos tengo agujeros».
El corazón se le estrechaba de tal modo que creyó que estaba al borde del infarto.
Teresa había vuelto a dormirse pero él no podía conciliar el sueño. Se imaginaba su muerte. Está muerta y tiene pesadillas; pero como está muerta él no puede despertarla. Sí, eso es la muerte: Teresa duerme, tiene pesadillas, pero él no puede despertarla.



“La insoportable levedad del ser”
Milán Kundera

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