Si yo llegaba a percibir que lo que estaba haciendo podía parecer ridículo, risible, no volvería a intentarlo jamás. Tal vez por eso celebraba, en mi escritura, hasta los garabatos sin sentido, y me enseñó muy despacio la manera en que las letras represtaban los sonidos, para que mis errores iniciales no produjeran risa. Yo aprendí, gracias a su paciencia, todo el abecedario, los números y signos de puntuación en su máquina de escribir. Tal vez por eso un teclado -mucho más que un lápiz o un bolígrafo- es para mí la representación más fidedigna de la escritura. Esa manera de ir hundiendo sonidos, como en un piano, para convertir las ideas en letras y en palabras, me pareció desde el principio -y me sigue pareciendo- una de las magias más extraordinarias del mundo.
El olvido que seremos.
Héctor Abad Faciolince
Héctor Abad Faciolince
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