El niño moldeado, condicionado, disciplinado, reprimido, el
niño sin libertad cuyo nombre es legión, vive en todos los rincones del mundo.
Vive en nuestra población exactamente al otro lado de la
calle. Se sienta aburrido en un pupitre en una escuela aburrida; y después se
sienta en un escritorio más aburrido aún en una oficina, o en un banco de una
fábrica.
Es dócil, inclinado a obedecer a la autoridad, temeroso de
la crítica, y casi fanático en su deseo de ser normal, convencional y correcto.
Acepta lo que le han enseñado casi sin hacer una pregunta; y transmite todos sus
complejos, temores y frustraciones a su hijos.
Sostienen los psicólogos que la mayor parte del daño
psíquico que se le hace al niño, tiene lugar en los cinco primeros años de la
vida. Posiblemente sea más exacto decir que en los primeros cinco meses, o en
las cinco semanas primeras, o quizá en los cinco minutos primeros pueden
hacérsele al niño daños que durarán toda la vida.
La falta de libertad empieza con el nacimiento. Más aún,
empieza antes del nacimiento. Si una mujer reprimida, con el cuerpo rígido
concibe un niño, ¿quién puede decir qué efectos tiene la rigidez maternal sobre
el bebé recién nacido?
No es exagerado decir que todos los niños nacen en nuestra
civilización en un ambiente desaprobatorio de la vida. Los horarios de la
alimentación son fundamentalmente antiplaceres. Quieren que se discipline al
niño en la toma de alimentos porque la falta de horario sugiere un placer
orgiástico al tomar el pecho. El argumento de la nutrición suele ser una
racionalización; el motivo profundo es moldear al niño en una criatura
disciplinada que ponga el deber delante del placer.
Veamos la vida de John Smith, alumno de una escuela
elemental corriente. Sus padres van a la iglesia de vez en cuando, pero, no
obstante, insisten en que John vaya a la escuela dominical todas las semanas.
Los padres se casaron regularmente a causa de la recíproca atracción sexual; tenían que casarse, porque en su medio, ¡no podrían vivir juntos sexualmente sino de un modo respetable, es decir,
casados.
Como sucede con frecuencia no bastaba la atracción sexual, y
las diferencias de carácter convertían el hogar en un centro de choques y
tensiones, a veces con discusiones a gritos entre los padres. Había también
muchos momentos de ternura, pero el pequeño John los consideraba naturales,
mientras que las riñas a gritos entre sus padres le afectaban el plexo solar, y
se hizo medroso y gritón, y recibía azotes porque gritaba por nada.
Estaba condicionado desde el principio mismo. El horario de
alimentación le producía muchas frustraciones. Cuando tenía hambre, el reloj
señalaba que aún faltaba una hora para que se alimentara. Estaba envuelto en
demasiadas ropas, y en ropas demasiadas apretadas. Se encontraba con que no
podía patalear con toda la libertad que quería. La frustración en la
alimentación le hacía chuparse el pulgar; pero el médico de la familia dijo que
no debía dejársele adquirir malas costumbres, y ordenó a la mamá que le
sujetara los brazos con las mangas o que le pusiera algo que supiera mal en las
puntas de los dedos. Se le dejó hacer libremente sus funciones naturales
mientras vistió pañales, pero cuando empezó a gatear y andar por el suelo,
empezaron a flotar en la casa las palabras desobediente
y sucio, y se empezó a enseñarle de mala manera a ser limpio.
Anteriormente, se le quitaban las manos de los órganos
genitales cuando se los tocaba, y no tardó en asociar la prohibición genital
con el asco adquirido a las heces. Así, años más tarde, cuando era viajante de
ventas, su repertorio de historietas lo constituían un número equilibrado de
chistes sexuales y escatológicos.
Gran parte de su instrucción fue condicionada por parientes
y vecinos. El padre y la madre querían ante todo ser correctos –hacer las cosas
apropiadas-, de suerte que cuando llegaban parientes o vecinos, John tenía que
portarse como un niño bien criado. Tenía que decir gracias, cuando la tía le daba un trozo de chocolate; tenía que
cuidar mucho sus modales a la mesa, y sobretodo tenía que abstenerse de hablar
cuando estaban hablando los mayores.
Sus abominables ropas de domingo eran una concesión a los
vecinos. Con esta enseñanza de la respetabilidad iba de la mano un sistema
implícito de mentiras, sistema del cual por lo común no se daba cuenta. Las
mentiras comenzaron pronto en su vida. Se le decía que Dios no quiere a
los niños malos que dicen maldito, y que el conductor le daría un
azote si andaba por el pasillo del tren.
Todas sus curiosidades acerca de los orígenes de la vida
fueron satisfechas con estúpidas mentiras tan eficaces que desapareció su
curiosidad acerca de la vida y del nacimiento. Las mentiras sobre la vida se
combinaron con el miedo cuando, a la edad de cinco años, su madre le encontró
jugando los genitales de su hermanita de cuatro años y una niña de la casa de
al lado. La sebera azotaina que siguió (y que aumentó su padre cuando volvió a
casa del trabajo) inculcaron para siempre en John la lección de que el sexo es
sucio y es pecado, algo en lo que ni si quiera debe pensarse. El pobre John
tuvo que embotellar su interés por el sexo hasta que llegó la pubertad, y
entonces se reía a carcajadas en el cine cuando una mujer decía que estaba
embaraza de tres meses.
Intelectualmente, la carrera de John fue normal, aprendía
fácilmente y así escapó a los gestos de desprecio y a los castigos que hubiera
podido imponerle un maestro estúpido. Salió de la escuela con un barniz de
conocimientos inútiles en su mayor parte y una cultura que se satisfacía
fácilmente con revistas baratas, películas vulgares y novelas de crímenes.
Para John la palabra Colgate no era más que el nombre de una
pasta dentífrica; y Beethoven and Bach eran unos intrusos que se interponían en
vuestro camino cuando buscabais en la radio a Elvis Presley o la Beiderbecke
Band.
Reginald Worthington, primo rico de John Smith, iba a una
escuela particular, pero su desarrollo era, en lo esencial, el mismo que el del
pobre John. Aceptaba del mismo modo todo lo de segunda clase en la vida, estaba
igualmente esclavizado al Statu Quo y
tenía la misma actitud negativa para el amor y la alegría. ¿Son estos retratos
de John y de Reginald caricaturas parciales? No exactamente caricaturas, aunque
no hice los retratos completos, dejé fuera la cálida humanidad de ambos, humanidad
que sobrevive al peor condicionamiento del carácter. Los Smith y los
Worthington de la vida, son en lo esencial gentes honradas y amistosas, llenas
de fe y supersticiones infantiles, de confianza y lealtad pueriles. Ellos y sus
compañeros son ciudadanos normales que hacen las leyes y piden humanidad. Son
las gentes que decretan que hay que matar a los animales humanamente, y que a
los favoritos hay que cuidarlos adecuadamente. Aceptan un código penal cruel y
anticristiano sin pensar en ello; y aceptan que se maten los hombres en la
guerra como un fenómeno natural.
John y su primo rico están de acuerdo en que las leyes sobre el amor y el
matrimonio son estúpidas, despiadadas y malignas. Están de acuerdo en que debía
haber una ley para los hombres y otra para las mujeres en lo que concierne al
amor. Los dos exigen que las muchachas con las que se casen sean vírgenes.
Cuando se les pregunta si ellos son
vírgenes, fruncen el ceño y dicen: “Del hombre es diferente”.
Los dos son firmes partidarios del Estado Patriarcal, aunque
no sepan lo que significa la palabra. Han sido moldeados como productos que el
Estado patriarcal encuentra necesarios para seguir existiendo. Sus emociones
tienden a ser emociones colectivas, de
multitudes, y no sentimientos individuales.
Mucho después de haber salido de una
escuela a la que odiaban cuando niños, exclamarán: “fui azotado en la escuela,
pero me hizo mucho bien”. Y después
enviarán a sus hijos a la misma escuela o a una parecida. En términos psicológicos,
aceptan al padre sin rebelión constructiva contra él, y así la tradición de la
autoridad paterna se transmite de generación en generación. Para completa el
retrato de John Smith debo hacer un breve esbozo de la vida de su hermana Mary;
breve porque, en general, su ambiente represivo es el mismo que ahoga a su
hermano. Pero ella encuentra dificultades especiales que John no conoce. En una
sociedad patriarcal, es definitivamente, una inferior, y se la educa para que
lo sepa. Tiene que hacer las faenas de la casa cuando su hermano lee o juega, y
no tardará en saber que, cuando tenga trabajo, recibirá un sueldo que el que
gana un hombre.
En general, Mary no se rebela contra su inferioridad en una
sociedad hecha por los hombres. El hombre advierte que ella tiene
compensaciones, aunque sean de pura apariencia. Es el foco de las buenas
maneras, se le trata con deferencia, los hombres permanecerán de pie si ella no
está sentada. Un hombre le preguntará si quiere hacerle el favor de casarse con
él. Se le enseña sutilmente que una de sus principales funciones es parecer
todo lo atractiva posible, de donde resulta que se gastan muchos más millones
en vestidos y cosméticos que en libros y escuelas.
En la esfera sexual, Mary es tan ignorante y reprimido como
su hermano. En una sociedad patriarcal, los hombres han decretado que sus
mujeres deben ser puras, virginales, inocentes. No es culpa de Mary que haya
crecido en la sincera creencia de que las mujeres tienen el alma más pura que
los hombres. De un modo casi místico, los hombres la han hecho sentir que su
única función en la vida es la reproducción y que el placer sexual es coto
exclusivo del hombre.
La abuela de Mary y probablemente se supone que no tuvieron
sexo hasta que no se presentó el hombre conveniente y despertó a la belleza
dormida. Mary se ha librado de esa fase, pero no tanto como nos gustaría creer.
Su vida amorosa está gobernada por el miedo al embarazo, porque se da cuenta de
que un hijo ilegítimo probablemente destruiría todas sus posibilidades de
encontrar marido.
Unas de las grandes tareas de hoy y de mañana es la
investigación de la energía sexual reprimida y su relación con las dolencias
humanas.
Nuestro John Smith quizás muera de una enfermedad de los
riñones, y Mary Smith quizá fallezca de cáncer, y nadie se preguntará si su
angosta y deprimida vida emocional tuvo alguna relación con sus enfermedades.
Quizás un día la humanidad un día pueda atribuir sus miserias, sus odios y sus
enfermedades a su particular forma de civilización que es esencialmente
antivital.
Si la rígida formación del carácter da rigidez a los cuerpos
humanos –agarrotados y entumecidos en vez de vivos y latentes-, parece lógico
concluir que el mismo entumecimiento rígido impedirá la pulsación de todo
órgano humano necesario para la vida.
En suma, lo que sostengo es que la educación sin libertad da
por resultado una vida que no puede ser vivida plenamente. Tal educación ignora
casi por completo las emociones; Y
puesto que esas emociones son dinámicas, la falta de oportunidad para que se
expresen debe tener y tiene por resultado la degradación, la fealdad, la
odiosidad. Sólo se educa la cabeza. Si se permitiera a las emociones ser
verdaderamente libres, el intelecto se cuidaría de sí mismo.
La tragedia del hombre es que su carácter, como el del
perro, puede ser moldeado. No podemos moldear el carácter de un gato, animal
superior al perro. Podemos darle a un perro una falsa consciencia, pero no
podemos dársela a un gato. Pero la mayor parte de la gente prefiere a los
perros porque su obediencia y sus aduladores movimientos de rabo ofrecen una
prueba visible de la superioridad y la importancia del amo.
La enseñanza en el parvulario se parece mucho a la enseñanza
en la perrera; el niño azotado, como el perrito azotado, se convierte en adulto
obediente, inferior.
Y así, como enseñamos a los perros a servir a nuestros
propósitos, lo mismo enseñamos a nuestros hijos. En esa perrera que es el
parvulario los perros humanos deben ser limpios, no deben vociferar demasiado,
deben obedecer al silbato, deben tomar sus alimentos cuando nosotros creamos
conveniente que los tomen.
Yo vi cien mil perros obedientes y aduladores en el
Tempelhof de Berlín, cuando en 1935 silbaba sus órdenes el gran domador Hitler.
(…) La civilización está enferma y es desgraciada, y yo
sostengo que la raíz de todo ello es la familia sin libertad. Desvirtúan a los
niños todas las fuerzas de la reacción y del odio, los desvirtúan desde la cuna. Se
les enseña a decir no a la vida porque sus jóvenes vidas son un largo no: no
hacer ruido, no masturbarse, no mentir, no robar.
Se les enseña a decir sí a todo lo que es negativo en la
vida: a respetar lo viejo, a respetar la religión, al maestro, la ley de los
padres. No preguntar nada: obedecer, simplemente.
No es virtuoso respetar a quien no es respetable; ni es
virtuoso vivir en pecado legal con un hombre o una mujer a quien se ha dejado
de amar; ni es virtuoso amar a un Dios a quien en realidad se teme.
La tragedia está en que el hombre, que mantiene a su familia
en cautiverio, es, y debe ser, esclavo él mismo, porque en una cárcel también
está encarcelado el carcelero. La esclavitud del hombre es la esclavitud para
odiar: reprime a su familia, y al hacerlo reprime su propia vida. Tiene que organizar
tribunales y cárceles para castigar a las víctimas de su represión.
La mujer esclavizada tiene que dar su hijo para las guerras
que el hombre llama guerras defensivas, guerras patrióticas, guerras para
salvar la democracia, guerras para terminar con las guerras.
No hay nunca niños problema; sólo hay padres problema.
Quizás fuera mejor decir que sólo hay una humanidad problema.
Por eso es tan siniestra la bomba atómica, porque está bajo
el control de gente que son antivida, porque ¿qué persona que tuvo los brazos
atados en la cuna no es antivida?
Hay gran compañerismo y de amor en la humanidad, y es mi
firme creencia que generaciones nuevas que no hayan sido deformadas en la
primera infancia vivirán en paz entre sí; es decir, si los odiadores de hoy no destruyen
el mundo antes de que esas nuevas generaciones tengan tiempo a tomar el mando.
La lucha es desigual, porque los odiadores controlan la
educación, la religión, el derecho, los ejércitos y las viles prisiones. Sólo
un puñado de educadores se esfuerzan por permitir que se desarrolle libremente
lo que hay de bueno en el niño.
La inmensa mayoría de los niños están siendo moldeados por
partidarios de la antivida con su odioso sistema de castigos.
En algunos conventos las niñas aún tienen que taparse cuando
toman un baño, por miedo a que vean su propio cuerpo. A los niños aún les dicen
los padres y los maestros que la masturbación es un pecado que lleva a la
locura y a toda clase de consecuencias temibles. Recientemente vi a una mujer
azotar a un bebé de unos diez meses porque tenía sed.
Es una carrera entre los creyentes en la inercia y los
creyentes en la vida. Y ningún hombre se atreve a ser neutral: eso significaría
la muerte. Tenemos que estar en un lado o en el otro. El lado de la muerte nos
da el niño problema; el lado de la vida nos dará el niño sano.
A.S. Neil.
Summerhill, un punto de vista radical sobre la educación.
1960
Afortunadamente mi vida, y la de mis hijos más aún, está a años luz de la de John y compañía. lo mismo diria xde todo mi entorno. Esto es de 1960, parece que no hemos evolucionado poco :)
ResponderEliminarHola Cyllan! buenos días,
EliminarMuchas gracias por dejarme un comentario, hacía años que nadie escribía y qué ilusión hace!
Este capítulo del libro, que lo transcribí palabra a palabra porque no lo encontré en todo el ancho y largo de internet, me dejó absolutamente perplejo. No me podía creer lo que estaba leyendo, no podía imaginar que 60 años antes de mi nacimiento, una persona estuviera poniendo en práctica estas ideas, y que luego las plasmara en un libro en 1960. Cada capítulo es igual de interesante que el anterior, te lo recomiendo.
Un abrazo y gracias de nuevo!
Lo que tienes que hacer es aprender a buscar ;) http://es.scribd.com/doc/153022215/142790624-SummerHill
ResponderEliminarTrata de pasar a un word ese texto, a mi no me queda bien!
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