Yo los conozco. Los he visto
muchas veces. Son raros. Algunos salen temprano a la mañana y se empeñan
en ganarle al sol. Otros se insolan al mediodía, se cansan a la tarde o
intentan que no los atropelle un camión por la noche. Están locos. En
verano corren, trotan, transpiran, se deshidratan y finalmente se
cansan... sólo para disfrutar del descanso. En invierno se tapan, se
abrigan, se quejan, se enfrían, se resfrían y dejan que la lluvia les
moje la cara. Yo los he visto. Pasan rápido por la rambla, despacio
entre los árboles, serpentean caminos de tierra, trepan cuestas
empedradas, trotan en la banquina de una carretera perdida, esquivan
olas en la playa, cruzan puentes de madera, pisan hojas secas, suben
cerros, saltan charcos, atraviesan parques, se molestan con los autos
que no frenan, disparan de un perro y corren, corren y corren. Escuchan
música que acompaña el ritmo de sus piernas, escuchan a los horneros y a
las gaviotas, escuchan sus latidos y su propia respiración, miran hacia
delante, miran sus pies, huelen el viento que pasó por los eucaliptos,
la brisa que salió de los naranjos, respiran el aire que llega de los
pinos y entreparan cuando pasan frente a los jazmines.
Yo los he
visto. No están bien de la cabeza. Usan championes con aire y
zapatillas de marca, corren descalzos o gastan calzados. Traspiran
camisetas, calzan gorras y miden una y otra vez su propio tiempo. Están
tratando de ganarle a alguien. Trotan con el cuerpo flojo, pasan a la
del perro blanco, pican después de la columna, buscan una canilla para
refrescarse... y siguen. Se inscriben en todas las carreras... pero no
ganan ninguna. Empiezan a correrla en la noche anterior, sueñan que
trotan y a la mañana se levantan como niños en Día de Reyes. Han
preparado la ropa que descansa sobre una silla, como lo hacían en su
infancia en víspera de vacaciones. El día antes de la carrera comen
pastas y no toman alcohol, pero se premian con descaro y con asado
apenas termina la competencia. Nunca pude calcularles la edad pero
seguramente tienen entre 15 y 85 años. Son hombres y mujeres.
No
están bien. Se anotan en carreras de ocho o diez kilómetros y antes de
empezar saben que no podrán ganar aunque falten todos los demás.
Estrenan ansiedad en cada salida y unos minutos antes de la largada
necesitan ir al baño. Ajustan su cronómetro y tratan de ubicar a los
cuatro o cinco a los que hay que ganarles. Son sus referencias de
carrera: 'Cinco que corren parecido a mí'. Ganarle a uno solo de ellos
será suficiente para dormir a la noche con una sonrisa. Disfrutan cuando
pasan a otro corredor... pero lo alientan, le dicen que falta poco y le
piden que no afloje. Preguntan por el puesto de hidratación y se enojan
porque no aparece. Están locos, ellos saben que en sus casas tienen el
agua que quieran, sin esperar que se la entregue un niño que levanta un
vaso cuando pasan. Se quejan del sol que los mata o de la lluvia que no
los deja ver. Están mal, ellos saben que allí cerca está la sombra de un
sauce o el resguardo de un alero. No las preparan... pero tienen todas
las excusas para el momento en que llegan a la meta. No las
preparan...son parte de ellos.
El viento en contra, no corría
una gota de aire, el calzado nuevo, el circuito mal medido, los que
largan caminando adelante y no te dejan pasar, el cumpleaños que fuimos
anoche, la llaga en el pie derecho de la costura de la media nueva, la
rodilla que me volvió a traicionar, arranqué demasiado rápido, no dieron
agua, al llegar iba a picar pero no quise. Disfrutan al largar,
disfrutan al correr y cuando llegan disfrutan de levantar los brazos
porque dicen que lo han conseguido. ¡Qué ganaron una vez más! No se
dieron cuenta de que apenas si perdieron con un centenar o un millar de
personas... pero insisten con que volvieron a ganar. Son raros. Se
inventan una meta en cada carrera. Se ganan a sí mismos, a los que
insisten en mirarlos desde la vereda, a los que los miran por televisión
y a los que ni siquiera saben que hay locos que corren. Les tiemblan
las manos cuando se pinchan la ropa al colocarse el número, simplemente
por que no están bien.
Los he visto pasar. Les duelen las
piernas, se acalambran, les cuesta respirar, tienen puntadas en el
costado... pero siguen. A medida que avanzan en la carrera los músculos
sufren más y más, la cara se les desfigura, la transpiración corre por
sus caras, las puntadas empiezan a repetirse y dos kilómetros antes de
la llegada comienzan a preguntarse que están haciendo allí. ¿Por qué no
ser uno de los cuerdos que aplauden desde la vereda? Están locos. Yo los
conozco bien. Cuando llegan se abrazan de su mujer o de su esposo que
disimulan a puro amor la transpiración en su cara y en su cuerpo. Los
esperan sus hijos y hasta algún nieto o algún abuelo les pega un grito
solidario cuando atraviesan la meta. Llevan un cartel en la frente que
apaga y prende que dice 'Llegué –Tarea Cumplida'. Apenas llegan toman
agua y se mojan la cabeza, se tiran en el pasto a reponerse pero se
paran enseguida porque lo saludan los que llegaron antes. Se vuelven a
tirar y otra vez se paran porque van a saludar a los que llegan después
que ellos. Intentan tirar una pared con las dos manos, suben su pierna
desde el tobillo, abrazan a otro loco que llega más transpirado que
ellos.
Los he visto muchas veces. Están mal de la cabeza. Miran
con cariño y sin lástima al que llega diez minutos después, respetan al
último y al penúltimo porque dicen que son respetados por el primero y
por el segundo. Disfrutan de los aplausos aunque vengan cerrando la
marcha ganándole solamente a la ambulancia o al tipo de la moto. Se
agrupan por equipos y viajan 200 kilómetros para correr 10. Compran
todas las fotos que les sacan y no advierten que son iguales a las de la
carrera anterior. Cuelgan sus medallas en lugares de la casa en que la
visita pueda verlas y tengan que preguntar. Están mal. -Esta es del mes
pasado- dicen tratando de usar su tono más humilde. –Esta es la primera
que gané- dicen omitiendo informar que esa se la entregaban a todos,
incluyendo al que llegaba último y al inspector de tránsito. Dos días
después de la carrera ya están tempranito saltando charcos, subiendo
cordones, braceando rítmicamente, saludando ciclistas, golpeando las
palmas de las manos de los colegas que se cruzan. Dicen que pocas
personas por estos tiempos son capaces de estar solos -consigo mismo-
una hora por día.
Dicen que los pescadores, los nadadores y
algunos más. Dicen que la gente no se banca tanto silencio. Dicen que
ellos lo disfrutan. Dicen que proyectan y hacen balances, que se
arrepienten y se congratulan, se cuestionan, preparan sus días mientras
corren y conversan sin miedos con ellos mismos. Dicen que el resto busca
excusas para estar siempre acompañado. Están mal de la cabeza. Yo los
he visto. Algunos solo caminan... pero un día... cuando nadie los mira,
se animan y trotan un poquito. En unos meses empezarán a transformarse y
quedarán tan locos como ellos. Estiran, se miran, giran, respiran,
suspiran y se tiran. Pican, frenan y vuelven a picar. Me parece que
quieren ganarle a la muerte. Ellos dicen que quieren ganarle a la vida.
Están completamente locos.
Marciano Durán - Escritor Uruguayo
http://www.youtube.com/watch?v=FMB64p11bxs
Vídeo Original: http://www.youtube.com/watch?v=oZHBSBG7RSs
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