Miró a su esposa cruzar la calle, con el abrigo rojo que siempre
juró que tiraría, pero que siempre sacaba de su armario año tras año. Así era
con todo. Fue algo que le atrajo cuando se conocieron. La ropa que usaba una y
otra vez. Los montones de labiales si usar…
la canción que cantaba mientras cocinaba, pertenecían a una vida que
ahora parecía extraña. Una vida que estaba planeando dejar entre la entrada y
el postre.
Le sorprendió lo extrañamente lógico que fue elegir ese
lugar para dejarla.
El mismo lugar en el que se dio cuenta de que ya no la
amaba.
Cuando ella sonrió, el casi gritó: ¡Voy a dejarte!. No sonrías.
Pero simplemente le dio un trago a su kir. Otra cosa que le molestaba era que
ella nunca ordenaba aperitivos ni postres, pero siempre se comía lo de él. Peor
aún, él siempre ordenaba la comida que le gustaba a ella. ¿Me gustan los
profiteroles? Se preguntaba.
Cuando ella empezó a llorar como él nunca había visto, al
principio pensó que sabía que la dejaría por Marie-Christine, la atractiva
azafata rubia a la que amaba hace 18 meses. “Se acabó”, pensó. “Lo sabe”. Lo
sabe desde hace años. Debí haberlo supuesto. Aún llorando, sacó unos papeles y
se los dio.
En fríos términos clínicos decían que tenía un leucemia en
fase terminal.
Lo siento, dijo el médico.
En un instante, su primer propósito desapareció de su mente,
y una extraña voz metálica empezó a decirle; ¡Tienes que superar esta situación!
Y lo hizo, pidió tres cajas de profiteroles para llevar, y
le envió un mensaje de texto a su amante: Perdóname.
Atendió a su esposa en todo lo que
ella quería. Colgando fotografías por toda la casa, llevándola a ver sus
películas favoritas durante el día, buscando ofertas aunque odiaba ir de
compras, leyendo Sputnik Sweetheart en voz alta para ella.
Hasta el más mínimo detalle tenía
un sabor distinto, sabiendo que jamás podría volver a hacer lo mismo por ella.
Mientras canturreaba y cocinaba se
acerc
ó por
detrás y la abrazó. Actuando como un hombre enamorado, volvió a ser un hombre
enamorado.
Cuando murió en sus brazos cayó en
un coma emocional y nunca se recuperó.
Incluso
ahora, muchos años después, su corazón siempre duele al ver una mujer con un abrigo
rojo.
Isabel Coixet
Siempre me hacen lagrimear las palabras: Actuando como un hombre enamorado, volvió a ser un hombre enamorado.
ResponderEliminarEstoy realmente preocupado. A mi esposa y a mí ya no nos unen los antiguos sentimientos. Supongo que ya no la amo, y que ella ya no me ama a mí. ¿Qué puedo hacer?».
Eliminar— ¿Ya no sienten nada uno por el otro? —pregunté.
— Así es. Y tenemos tres hijos, que realmente nos preocupan. ¿Usted qué sugiere?
— Ámela —le contesté.
— Pero le digo que ese sentimiento ya no existe entre nosotros.
— Ámela.
— No me entiende. El amor ha desaparecido.
— Entonces ámela. Si el sentimiento ha desaparecido, ésa es una buena razón para amarla.
— Pero, ¿cómo amar cuando uno no ama?
— Amar, querido amigo, es un verbo. El amor —el sentimiento— es el fruto de amar, el verbo. De modo que ámela. Sírvala. Sacrifíquese por ella. Escúchela. Comparta sus sentimientos. Apréciela. Apóyela. ¿Está dispuesto a hacerlo?
En la gran literatura de todas las sociedades avanzadas, se habla de amar, del verbo. Las personas reactivas hablan del sentimiento. Ellas se mueven por sentimientos.