(...) En esta posición, con el camisón rojo de franela alrededor del pecho y el vientre inmenso hundiéndose en el colchón, pensó con cierta tristeza que, tras dieciocho años con aquella afición, ésta se había convertido en sólo un acto físico mecánico y repetitivo, desprovisto de los vuelos de la imaginación y de la fantasía que había sido capaz de conjurar en otros tiempos. En una ocasión, consiguió convertirlo casi en una forma artística, practicando su afición con la habilidad y el fervor de un artista y un filósofo, un erudito y un caballero.
Ignatius Reilly
La conjura de los necios
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