lunes, 9 de septiembre de 2013

El niño sin libertad


El niño moldeado, condicionado, disciplinado, reprimido, el niño sin libertad cuyo nombre es legión, vive en todos los rincones del mundo.
Vive en nuestra población exactamente al otro lado de la calle. Se sienta aburrido en un pupitre en una escuela aburrida; y después se sienta en un escritorio más aburrido aún en una oficina, o en un banco de una fábrica.
Es dócil, inclinado a obedecer a la autoridad, temeroso de la crítica, y casi fanático en su deseo de ser normal, convencional y correcto. Acepta lo que le han enseñado casi sin hacer una pregunta; y transmite todos sus complejos, temores y frustraciones a su hijos.

Sostienen los psicólogos que la mayor parte del daño psíquico que se le hace al niño, tiene lugar en los cinco primeros años de la vida. Posiblemente sea más exacto decir que en los primeros cinco meses, o en las cinco semanas primeras, o quizá en los cinco minutos primeros pueden hacérsele al niño daños que durarán toda la vida.
La falta de libertad empieza con el nacimiento. Más aún, empieza antes del nacimiento. Si una mujer reprimida, con el cuerpo rígido concibe un niño, ¿quién puede decir qué efectos tiene la rigidez maternal sobre el bebé recién nacido?
No es exagerado decir que todos los niños nacen en nuestra civilización en un ambiente desaprobatorio de la vida. Los horarios de la alimentación son fundamentalmente antiplaceres. Quieren que se discipline al niño en la toma de alimentos porque la falta de horario sugiere un placer orgiástico al tomar el pecho. El argumento de la nutrición suele ser una racionalización; el motivo profundo es moldear al niño en una criatura disciplinada que ponga el deber delante del placer.
Veamos la vida de John Smith, alumno de una escuela elemental corriente. Sus padres van a la iglesia de vez en cuando, pero, no obstante, insisten en que John vaya a la escuela dominical todas las semanas. Los padres se casaron regularmente a causa de la recíproca atracción sexual; tenían que casarse, porque en su medio, ¡no podrían vivir juntos sexualmente sino de un modo respetable, es decir, casados.
Como sucede con frecuencia no bastaba la atracción sexual, y las diferencias de carácter convertían el hogar en un centro de choques y tensiones, a veces con discusiones a gritos entre los padres. Había también muchos momentos de ternura, pero el pequeño John los consideraba naturales, mientras que las riñas a gritos entre sus padres le afectaban el plexo solar, y se hizo medroso y gritón, y recibía azotes porque gritaba por nada.
Estaba condicionado desde el principio mismo. El horario de alimentación le producía muchas frustraciones. Cuando tenía hambre, el reloj señalaba que aún faltaba una hora para que se alimentara. Estaba envuelto en demasiadas ropas, y en ropas demasiadas apretadas. Se encontraba con que no podía patalear con toda la libertad que quería. La frustración en la alimentación le hacía chuparse el pulgar; pero el médico de la familia dijo que no debía dejársele adquirir malas costumbres, y ordenó a la mamá que le sujetara los brazos con las mangas o que le pusiera algo que supiera mal en las puntas de los dedos. Se le dejó hacer libremente sus funciones naturales mientras vistió pañales, pero cuando empezó a gatear y andar por el suelo, empezaron a flotar en la casa las palabras desobediente y sucio, y se empezó a enseñarle de mala manera a ser limpio.
Anteriormente, se le quitaban las manos de los órganos genitales cuando se los tocaba, y no tardó en asociar la prohibición genital con el asco adquirido a las heces. Así, años más tarde, cuando era viajante de ventas, su repertorio de historietas lo constituían un número equilibrado de chistes sexuales y escatológicos.
Gran parte de su instrucción fue condicionada por parientes y vecinos. El padre y la madre querían ante todo ser correctos –hacer las cosas apropiadas-, de suerte que cuando llegaban parientes o vecinos, John tenía que portarse como un niño bien criado. Tenía que decir gracias, cuando la tía le daba un trozo de chocolate; tenía que cuidar mucho sus modales a la mesa, y sobretodo tenía que abstenerse de hablar cuando estaban hablando los mayores.
Sus abominables ropas de domingo eran una concesión a los vecinos. Con esta enseñanza de la respetabilidad iba de la mano un sistema implícito de mentiras, sistema del cual por lo común no se daba cuenta. Las mentiras comenzaron pronto en su vida. Se le decía que Dios no quiere a los  niños malos que dicen maldito, y que el conductor le daría un azote si andaba por el pasillo del tren.
Todas sus curiosidades acerca de los orígenes de la vida fueron satisfechas con estúpidas mentiras tan eficaces que desapareció su curiosidad acerca de la vida y del nacimiento. Las mentiras sobre la vida se combinaron con el miedo cuando, a la edad de cinco años, su madre le encontró jugando los genitales de su hermanita de cuatro años y una niña de la casa de al lado. La sebera azotaina que siguió (y que aumentó su padre cuando volvió a casa del trabajo) inculcaron para siempre en John la lección de que el sexo es sucio y es pecado, algo en lo que ni si quiera debe pensarse. El pobre John tuvo que embotellar su interés por el sexo hasta que llegó la pubertad, y entonces se reía a carcajadas en el cine cuando una mujer decía que estaba embaraza de tres meses.
Intelectualmente, la carrera de John fue normal, aprendía fácilmente y así escapó a los gestos de desprecio y a los castigos que hubiera podido imponerle un maestro estúpido. Salió de la escuela con un barniz de conocimientos inútiles en su mayor parte y una cultura que se satisfacía fácilmente con revistas baratas, películas vulgares y novelas de crímenes.
Para John la palabra Colgate no era más que el nombre de una pasta dentífrica; y Beethoven and Bach eran unos intrusos que se interponían en vuestro camino cuando buscabais en la radio a Elvis Presley o la Beiderbecke Band.
Reginald Worthington, primo rico de John Smith, iba a una escuela particular, pero su desarrollo era, en lo esencial, el mismo que el del pobre John. Aceptaba del mismo modo todo lo de segunda clase en la vida, estaba igualmente esclavizado al Statu Quo y tenía la misma actitud negativa para el amor y la alegría. ¿Son estos retratos de John y de Reginald caricaturas parciales? No exactamente caricaturas, aunque no hice los retratos completos, dejé fuera la cálida humanidad de ambos, humanidad que sobrevive al peor condicionamiento del carácter. Los Smith y los Worthington de la vida, son en lo esencial gentes honradas y amistosas, llenas de fe y supersticiones infantiles, de confianza y lealtad pueriles. Ellos y sus compañeros son ciudadanos normales que hacen las leyes y piden humanidad. Son las gentes que decretan que hay que matar a los animales humanamente, y que a los favoritos hay que cuidarlos adecuadamente. Aceptan un código penal cruel y anticristiano sin pensar en ello; y aceptan que se maten los hombres en la guerra como un fenómeno natural.
John y su primo rico están de acuerdo en que las leyes sobre el amor y el matrimonio son estúpidas, despiadadas y malignas. Están de acuerdo en que debía haber una ley para los hombres y otra para las mujeres en lo que concierne al amor. Los dos exigen que las muchachas con las que se casen sean vírgenes. Cuando se les pregunta si ellos son vírgenes, fruncen el ceño y dicen: “Del hombre es diferente”.
Los dos son firmes partidarios del Estado Patriarcal, aunque no sepan lo que significa la palabra. Han sido moldeados como productos que el Estado patriarcal encuentra necesarios para seguir existiendo. Sus emociones tienden a ser emociones colectivas,  de multitudes, y no sentimientos individuales. Mucho después de haber salido de una escuela a la que odiaban cuando niños, exclamarán: “fui azotado en la escuela, pero me hizo mucho bien”.  Y después enviarán a sus hijos a la misma escuela o a una parecida. En términos psicológicos, aceptan al padre sin rebelión constructiva contra él, y así la tradición de la autoridad paterna se transmite de generación en generación. Para completa el retrato de John Smith debo hacer un breve esbozo de la vida de su hermana Mary; breve porque, en general, su ambiente represivo es el mismo que ahoga a su hermano. Pero ella encuentra dificultades especiales que John no conoce. En una sociedad patriarcal, es definitivamente, una inferior, y se la educa para que lo sepa. Tiene que hacer las faenas de la casa cuando su hermano lee o juega, y no tardará en saber que, cuando tenga trabajo, recibirá un sueldo que el que gana un hombre.
En general, Mary no se rebela contra su inferioridad en una sociedad hecha por los hombres. El hombre advierte que ella tiene compensaciones, aunque sean de pura apariencia. Es el foco de las buenas maneras, se le trata con deferencia, los hombres permanecerán de pie si ella no está sentada. Un hombre le preguntará si quiere hacerle el favor de casarse con él. Se le enseña sutilmente que una de sus principales funciones es parecer todo lo atractiva posible, de donde resulta que se gastan muchos más millones en vestidos y cosméticos que en libros y escuelas.
En la esfera sexual, Mary es tan ignorante y reprimido como su hermano. En una sociedad patriarcal, los hombres han decretado que sus mujeres deben ser puras, virginales, inocentes. No es culpa de Mary que haya crecido en la sincera creencia de que las mujeres tienen el alma más pura que los hombres. De un modo casi místico, los hombres la han hecho sentir que su única función en la vida es la reproducción y que el placer sexual es coto exclusivo del hombre.
La abuela de Mary y probablemente se supone que no tuvieron sexo hasta que no se presentó el hombre conveniente y despertó a la belleza dormida. Mary se ha librado de esa fase, pero no tanto como nos gustaría creer. Su vida amorosa está gobernada por el miedo al embarazo, porque se da cuenta de que un hijo ilegítimo probablemente destruiría todas sus posibilidades de encontrar marido.
Unas de las grandes tareas de hoy y de mañana es la investigación de la energía sexual reprimida y su relación con las dolencias humanas.
Nuestro John Smith quizás muera de una enfermedad de los riñones, y Mary Smith quizá fallezca de cáncer, y nadie se preguntará si su angosta y deprimida vida emocional tuvo alguna relación con sus enfermedades. Quizás un día la humanidad un día pueda atribuir sus miserias, sus odios y sus enfermedades a su particular forma de civilización que es esencialmente antivital.
Si la rígida formación del carácter da rigidez a los cuerpos humanos –agarrotados y entumecidos en vez de vivos y latentes-, parece lógico concluir que el mismo entumecimiento rígido impedirá la pulsación de todo órgano humano necesario para la vida.
En suma, lo que sostengo es que la educación sin libertad da por resultado una vida que no puede ser vivida plenamente. Tal educación ignora casi por completo las emociones; Y puesto que esas emociones son dinámicas, la falta de oportunidad para que se expresen debe tener y tiene por resultado la degradación, la fealdad, la odiosidad. Sólo se educa la cabeza. Si se permitiera a las emociones ser verdaderamente libres, el intelecto se cuidaría de sí mismo.

La tragedia del hombre es que su carácter, como el del perro, puede ser moldeado. No podemos moldear el carácter de un gato, animal superior al perro. Podemos darle a un perro una falsa consciencia, pero no podemos dársela a un gato. Pero la mayor parte de la gente prefiere a los perros porque su obediencia y sus aduladores movimientos de rabo ofrecen una prueba visible de la superioridad y la importancia del amo.
La enseñanza en el parvulario se parece mucho a la enseñanza en la perrera; el niño azotado, como el perrito azotado, se convierte en adulto obediente, inferior.
Y así, como enseñamos a los perros a servir a nuestros propósitos, lo mismo enseñamos a nuestros hijos. En esa perrera que es el parvulario los perros humanos deben ser limpios, no deben vociferar demasiado, deben obedecer al silbato, deben tomar sus alimentos cuando nosotros creamos conveniente que los tomen.
Yo vi cien mil perros obedientes y aduladores en el Tempelhof de Berlín, cuando en 1935 silbaba sus órdenes el gran domador Hitler.

(…) La civilización está enferma y es desgraciada, y yo sostengo que la raíz de todo ello es la familia sin libertad. Desvirtúan a los niños todas las fuerzas de la reacción y del odio, los desvirtúan desde la cuna. Se les enseña a decir no a la vida porque sus jóvenes vidas son un largo no: no hacer ruido, no masturbarse, no mentir, no robar.
Se les enseña a decir sí a todo lo que es negativo en la vida: a respetar lo viejo, a respetar la religión, al maestro, la ley de los padres. No preguntar nada: obedecer, simplemente.
No es virtuoso respetar a quien no es respetable; ni es virtuoso vivir en pecado legal con un hombre o una mujer a quien se ha dejado de amar; ni es virtuoso amar a un Dios a quien en realidad se teme.
La tragedia está en que el hombre, que mantiene a su familia en cautiverio, es, y debe ser, esclavo él mismo, porque en una cárcel también está encarcelado el carcelero. La esclavitud del hombre es la esclavitud para odiar: reprime a su familia, y al hacerlo reprime su propia vida. Tiene que organizar tribunales y cárceles para castigar a las víctimas de su represión.
La mujer esclavizada tiene que dar su hijo para las guerras que el hombre llama guerras defensivas, guerras patrióticas, guerras para salvar la democracia, guerras para terminar con las guerras.
No hay nunca niños problema; sólo hay padres problema.
Quizás fuera mejor decir que sólo hay una humanidad problema.
Por eso es tan siniestra la bomba atómica, porque está bajo el control de gente que son antivida, porque ¿qué persona que tuvo los brazos atados en la cuna no es antivida?
Hay gran compañerismo y de amor en la humanidad, y es mi firme creencia que generaciones nuevas que no hayan sido deformadas en la primera infancia vivirán en paz entre sí; es decir, si los odiadores de hoy no destruyen el mundo antes de que esas nuevas generaciones tengan tiempo a tomar el mando.
La lucha es desigual, porque los odiadores controlan la educación, la religión, el derecho, los ejércitos y las viles prisiones. Sólo un puñado de educadores se esfuerzan por permitir que se desarrolle libremente lo que hay de bueno en el niño.
La inmensa mayoría de los niños están siendo moldeados por partidarios de la antivida con su odioso sistema de castigos.
En algunos conventos las niñas aún tienen que taparse cuando toman un baño, por miedo a que vean su propio cuerpo. A los niños aún les dicen los padres y los maestros que la masturbación es un pecado que lleva a la locura y a toda clase de consecuencias temibles. Recientemente vi a una mujer azotar a un bebé de unos diez meses porque tenía sed.

Es una carrera entre los creyentes en la inercia y los creyentes en la vida. Y ningún hombre se atreve a ser neutral: eso significaría la muerte. Tenemos que estar en un lado o en el otro. El lado de la muerte nos da el niño problema; el lado de la vida nos dará el niño sano.

A.S. Neil.
Summerhill, un punto de vista radical sobre la educación.
1960

4 comentarios :

  1. Afortunadamente mi vida, y la de mis hijos más aún, está a años luz de la de John y compañía. lo mismo diria xde todo mi entorno. Esto es de 1960, parece que no hemos evolucionado poco :)

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    1. Hola Cyllan! buenos días,
      Muchas gracias por dejarme un comentario, hacía años que nadie escribía y qué ilusión hace!

      Este capítulo del libro, que lo transcribí palabra a palabra porque no lo encontré en todo el ancho y largo de internet, me dejó absolutamente perplejo. No me podía creer lo que estaba leyendo, no podía imaginar que 60 años antes de mi nacimiento, una persona estuviera poniendo en práctica estas ideas, y que luego las plasmara en un libro en 1960. Cada capítulo es igual de interesante que el anterior, te lo recomiendo.

      Un abrazo y gracias de nuevo!

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  2. Lo que tienes que hacer es aprender a buscar ;) http://es.scribd.com/doc/153022215/142790624-SummerHill

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  3. Trata de pasar a un word ese texto, a mi no me queda bien!

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