lunes, 16 de agosto de 2010

Unas notas soltadas al aire

1.
Bajando una de esas calles atestadas de gente y vacías de alegría, escuché el leve clamor de algo que se parecía a una nota de algo que va desde la melancolía, hasta unos pequeños trazos de optimismo, pasando por una fina, casi imperceptible, textura de felicidad.
Olfateando el sonido que casi se pierde entre el sordo bullicio de la gente, acabé pensando en que no era sino una vaga idea surgida de algún rincón de los plieges de mi memoria, como acaba la melodía última de una bonita canción, diluyéndose el sonido entre el silencio, hasta que las notas y la nada, se funden en un baile sinuoso y sensual.
Me senté en donde mi cuerpo cayó primero, me sentía abatido. Al perseguir esa música, ese piano danzante, me veía a mi mismo como el que, ebrio hasta la razón, busca el último bar donde conseguir ese licor que termine de amargar su paladar y endulzar su noche. Quería encontrar la fuente de la que manan esas palabras que sólo entienden los de alma pura y corazón henchido, hundir las manos lentamente, inundando cada poro, disfrutando de cada gota, de cada nota, de cada compás y cada ritmo, de cada sentimiento, de cada una de las pequeñas miles de cosas de que la música está compuesta y beber, saborear y embriagarme. Cada noche tiene su licor y cada día armonía. Hoy, mi cuerpo, engañado, como ese perro al que tientas con un sabroso bocado, se relame y ansía su regalo.

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